Lo que debe suceder a la economía colombiana en la próxima década.
En una frase, se podría decir que la perspectiva económica de Colombia es: regular para los próximos 12 a 18 meses, y muy buena para la siguiente década, 2010- 2020. En consecuencia, la toma de decisiones empresariales no debe ser miope y concentrarse exclusivamente en las nubes grises del horizonte económico actual, sino considerar un horizonte de mediano plazo.
¿En qué fundamos el optimismo post-2010? En primer lugar, en que ha habido por una década, desde 1998 hasta el 2008, un manejo consistente de la economía, y que esperamos que las lecciones aprendidas hayan permeado las mentes de un amplio espectro político en Colombia.
Los puntos centrales son: manejo serio y conservador de los asuntos económicos; libertad de precios que reflejen las realidades del mercado y no distorsiones antojadizas de burócratas; gasto social focalizado que acerque a los más pobres al mercado y a la prosperidad; independencia del manejo monetario en cabeza del banco central, que defienda el valor real de los ingresos; flexibilidad del comportamiento cambiario; responsabilidad en el ámbito fiscal; autonomía de la regulación de los servicios públicos; privatización parcial (o total) de muchos servicios antes prestados ineficientemente por el Estado; prioridad de la seguridad personal, familiar y nacional; estabilidad en las reglas del juego económico y jurídico; pérdida de apoyo de las opciones no-democráticas de grupos extremistas y terroristas; nuevos énfasis en mejoramiento de infraestructura y logística, y atracción de inversión extranjera y orientación exportadora.
En todos estos frentes, confiamos en que se haya logrado un consenso en las mentes de los líderes, desde la centroizquierda hasta la derecha. O sea, en el espectro con probabilidades de llegar al poder en la próxima década.
Pero más que en este "consenso sobre lo fundamental", basamos nuestro optimismo en proyecciones razonables sobre lo que debe suceder a la economía colombiana en la próxima década; inclusive, en las próximas dos o tres décadas. En efecto, en la Universidad de los Andes, en un trabajo conjunto entre las facultades de economía e ingeniería, calculamos cómo puede evolucionar el ingreso de los estratos poblacionales en un horizonte largo.
Nuestra proyección indica que habrá una creciente clase media, cuyo ingreso podría alcanzar para un sinnúmero de bienes y servicios. Hicimos el ejercicio sobre la capacidad que tendrían de adquirir un automóvil. El número de carros en el país puede saltar de cerca de tres millones hoy a 5,3 millones en el 2020, y a 12 millones en el 2040. Las motos pasarían de 2,7 millones hoy a 6,8 millones en el 2020, y a 23 millones en el 2040 (datos de la tesis de Julián Gómez, de Ingeniería Industrial).
Si se extrapola esta mayor capacidad adquisitiva de una creciente clase media a todos los demás bienes y servicios que demandan las familias, y se considera que los empresarios invierten para vender en ese mercado, se concluye que habrá suficientes consumo e inversión para crecer.
Se necesita entonces facilitar el acceso igualmente agresivo a tecnología, infraestructura y capacitación. La confianza inversionista que persigue el Gobierno está bien enfocada, pero tenemos que atraer capital y tecnología de clase mundial, emulando a los asiáticos y brasileños. En especial, hacer un enorme esfuerzo de infraestructura vial y de puertos, así como avance en logística y trámites de aduanas.
Hay, pues, lugar para optimismo, siempre y cuando la democracia elija a las personas con el enfoque acertado, se mantenga por décadas la consistencia de manejo económico, se profundice el alcance social del progreso y se enfatice en el mejoramiento de la infraestructura. Entre tanto, en lugar de seguir echándole la culpa al Emisor por la desaceleración mundial, los empresarios deberían empezar a pensar en el largo plazo.
En una frase, se podría decir que la perspectiva económica de Colombia es: regular para los próximos 12 a 18 meses, y muy buena para la siguiente década, 2010- 2020. En consecuencia, la toma de decisiones empresariales no debe ser miope y concentrarse exclusivamente en las nubes grises del horizonte económico actual, sino considerar un horizonte de mediano plazo.
¿En qué fundamos el optimismo post-2010? En primer lugar, en que ha habido por una década, desde 1998 hasta el 2008, un manejo consistente de la economía, y que esperamos que las lecciones aprendidas hayan permeado las mentes de un amplio espectro político en Colombia.
Los puntos centrales son: manejo serio y conservador de los asuntos económicos; libertad de precios que reflejen las realidades del mercado y no distorsiones antojadizas de burócratas; gasto social focalizado que acerque a los más pobres al mercado y a la prosperidad; independencia del manejo monetario en cabeza del banco central, que defienda el valor real de los ingresos; flexibilidad del comportamiento cambiario; responsabilidad en el ámbito fiscal; autonomía de la regulación de los servicios públicos; privatización parcial (o total) de muchos servicios antes prestados ineficientemente por el Estado; prioridad de la seguridad personal, familiar y nacional; estabilidad en las reglas del juego económico y jurídico; pérdida de apoyo de las opciones no-democráticas de grupos extremistas y terroristas; nuevos énfasis en mejoramiento de infraestructura y logística, y atracción de inversión extranjera y orientación exportadora.
En todos estos frentes, confiamos en que se haya logrado un consenso en las mentes de los líderes, desde la centroizquierda hasta la derecha. O sea, en el espectro con probabilidades de llegar al poder en la próxima década.
Pero más que en este "consenso sobre lo fundamental", basamos nuestro optimismo en proyecciones razonables sobre lo que debe suceder a la economía colombiana en la próxima década; inclusive, en las próximas dos o tres décadas. En efecto, en la Universidad de los Andes, en un trabajo conjunto entre las facultades de economía e ingeniería, calculamos cómo puede evolucionar el ingreso de los estratos poblacionales en un horizonte largo.
Nuestra proyección indica que habrá una creciente clase media, cuyo ingreso podría alcanzar para un sinnúmero de bienes y servicios. Hicimos el ejercicio sobre la capacidad que tendrían de adquirir un automóvil. El número de carros en el país puede saltar de cerca de tres millones hoy a 5,3 millones en el 2020, y a 12 millones en el 2040. Las motos pasarían de 2,7 millones hoy a 6,8 millones en el 2020, y a 23 millones en el 2040 (datos de la tesis de Julián Gómez, de Ingeniería Industrial).
Si se extrapola esta mayor capacidad adquisitiva de una creciente clase media a todos los demás bienes y servicios que demandan las familias, y se considera que los empresarios invierten para vender en ese mercado, se concluye que habrá suficientes consumo e inversión para crecer.
Se necesita entonces facilitar el acceso igualmente agresivo a tecnología, infraestructura y capacitación. La confianza inversionista que persigue el Gobierno está bien enfocada, pero tenemos que atraer capital y tecnología de clase mundial, emulando a los asiáticos y brasileños. En especial, hacer un enorme esfuerzo de infraestructura vial y de puertos, así como avance en logística y trámites de aduanas.
Hay, pues, lugar para optimismo, siempre y cuando la democracia elija a las personas con el enfoque acertado, se mantenga por décadas la consistencia de manejo económico, se profundice el alcance social del progreso y se enfatice en el mejoramiento de la infraestructura. Entre tanto, en lugar de seguir echándole la culpa al Emisor por la desaceleración mundial, los empresarios deberían empezar a pensar en el largo plazo.
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